La guerra de troya by Robert Graves

La guerra de troya by Robert Graves

autor:Robert Graves
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ciencia Ficción, Clásico
publicado: 2001-05-11T16:00:00+00:00


AQUILES VENGA A PATROCLO

Patroclo le pidió a Aquiles que le prestase la armadura y el mando de sus guerreros mirmidones.

—Con su ayuda —alegó—, podré alejar a los troyanos antes de que quemen la flota y aniquilen a nuestros amigos supervivientes.

Aquiles lo consintió, pero le hizo prometer a Patroclo que una vez que el campamento estuviera limpio de enemigos, no intentaría ganarse más gloria persiguiéndoles y atacando la misma Troya.

El gran Ayax ya no podía defender su nave, porque Héctor había recortado la punta de la pica y la había dejado sólo en el palo. Bajó de un salto y se unió a sus camaradas, que aguantaban la línea de tiendas más cercana. Esto permitió a los troyanos quemar las naves. Cuando Aquiles vio una fina columna de humo que subía hacia el cielo, prestó a Patroclo sus magníficas armas y la armadura, hizo formar a los mirmidones y les envió hacia allí para salvar la flota. Su carga fue irresistible. Al confundir a Patroclo con Aquiles, los troyanos volvieron a ser expulsados y sufrieron una gran pérdida.

Zeus todopoderoso, mirando desde el monte Ida, en un principio no podía decidir si Patroclo tenía que ser inmediatamente destruido por Héctor y despojado de la armadura de Aquiles o si tenía que ser premiado con nuevas victorias. Al final, Zeus le dejó seguir durante otra media hora. Patroclo olvidó la promesa que le había hecho a Aquiles mientras estaba persiguiendo troyanos fugitivos por la llanura. Una compañía de mirmidones estaba lista para trepar por las murallas de Troya, la parte débil construida por Eaco, cuando Apolo apareció en la ciudadela y les puso delante su terrible escudo. Ellos se retiraron espantados.

Entonces Héctor desafió a Patroclo a un duelo. Casi no habían bajado de los carros cuando Apolo se situó, silenciosamente, detrás de Patroclo y le golpeó en el cuello con el borde de su mano. El casco de Aquiles se cayó, la dura lanza de Aquiles se hizo pedazos, el escudo de Aquiles cayó al suelo y Patroclo se quedó allí, desarmado, aturdido y temblando. Con la lanza en alto, Héctor le alcanzó la parte baja del vientre y los troyanos se abalanzaron sobre él al ver que caía.

A continuación hubo una tremenda pelea por el cadáver. Tanto los griegos como los troyanos lo trataban como una piel de toro recién desollada, como las que los granjeros estiran por todos lados para extenderlas y hacerlas flexibles. Finalmente, Menelao y el lugarteniente de Idomeneo, Meriones el cretense, consiguieron llevar el cuerpo de vuelta al campamento, mientras que el gran y el pequeño Ayax se quedaron en la retaguardia.

Uno de los hijos de Néstor, cegado por las lágrimas, llevó las malas noticias a Aquiles. Los dos caballos de Aquiles, Chanto y Balio, que habían sido montados por Patroclo, también lloraron (enormes lágrimas bajaban hacia sus hocicos). Pero él ya lo sabía. Hera le había enviado un mensaje a través de Iris ordenándole que se quedara en el parapeto cuando aparecieran los troyanos y que les desafiara.



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